El cerebro aprisiona


Nos criamos imitando a los demás. Esta es la forma básica de aprendizaje, aprendemos por modelos. Así comenzamos a hablar, a comportarnos, a adquirir hábitos, etc. Para comprobar que estamos haciendo las cosas bien, observamos a los mayores y buscamos su aprobación. Los adultos nos parecen omnipresentes, sabios, videntes: lo que ellos advierten, eso sucede. Estas imágenes se nos graban profundamente, ya que son adquiridas durante los primeros años de nuestra vida.

Para aprender esto, nuestro cerebro está dotado de un tipo de neuronas descubiertas hace menos de 15 años: las neuronas espejo. Se llaman así porque con ellas sentimos lo que las otras personas sienten y tendemos a imitarlas consciente o inconscientemente. Muchos comportamientos de otros se graban fuerte en los circuitos neuronales y se tiende a creer que son propios, racionales y volitivamente registrados.


Posteriormente desarrollamos el discernimiento y la capacidad para actuar por nosotros mismos. Pero es tan fuerte esa programación inicial que la mayoría sigue buscando la aprobación de los demás para proceder a elegir alguna alternativa en su vida, ya sea en decisiones fundamentales o triviales. “¿Qué opinarán los demás? ¿Hacia dónde van todos? Si la mayoría opina algo, debe ser correcto. Si todos lo dicen… por algo será”.

Sin embargo, la mayoría, precisamente por lo señalado, actúa casi como un autómata. Se deja llevar por las opiniones ajenas, por lo que dicen sus padres o por quienes consideren autoridad, por los medios de comunicación o por lo que la sociedad en general considera correcto. Sabemos que las masas se dejan llevar por las emociones y no por las razones. Y así vemos como está el mundo. Es que la mayoría no parece interesarse mucho por el desarrollo personal, por la superación, por aprender a hacer mejor las cosas constantemente, por superar hábitos y condicionamientos, por pensar por sí mismos, por atreverse a crear y a innovar… Incluso muchas personas ni siquiera creen posible que se deba o se pueda perfeccionar como persona. Por esto, la mayoría no siempre tiene la razón.

En lo que se refiere a los conceptos de felicidad, amor, amistad y otros valores elevados, ¡la mayoría casi nunca la tiene! Si fuera así, viviríamos en un mundo de paz y armonía entre los pueblos y en los pueblos. Claramente, esto no es así. Guiarnos por lo que la mayoría dice u opina, no nos sirve de mucho.

Si crees que tienes un maestro interno que te pueda liberar de condicionamientos, es todo lo contrario. Caes en tu propia prisión construida por tus creencias registradas inconscientemente.

Serval Dion-Fortune

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